miércoles, 20 de junio de 2012

Obituario Marciano...Ray Bradbury


El escritor Ray Bradbury, autor de 'Fahrenheit 451' y de 'Crónicas marcianas', ha muerto en California a los 91 años. Su nombre es uno de los símbolos de la literatura de ciencia ficción de los últimos 60 años gracias a sus distopías y sus fábulas políticas.
"Despierto hacia las 7:00 horas, con la cabeza dando vueltas a toda velocidad, con ideas y metáforasrebotando de una pared del cerebro a la otra. Me gusta llamar a ese momento el teatro de la mañana", explicaba Bradbury a EL MUNDO en una entrevista concedida en 2006. "¡Cuando por fin, se engarzan, salto a escribir una historia, un artículo o un poema. A las 9:00 horas me llama mi hija Alexandra para que le dicte mis textos... Ya no soy capaz de escribir a máquina desde que tuve un infarto. El trabajo creativo me lleva toda la mañana. La tarde se me va en atender la correspondencia y en resolver mis cosas".
En su país, Bradbury ha sido un símbolo de un tipo de literatura política casi libertaria, reivindicado tanto por los conservadores como por los liberales. "No me considero una persona política sino una persona con valores morales fuertes que se dedica a la literatura", explicaba Bradbury en aquella entrevista. "Cuando la cuestión es quemar libros o no quemarlos, el problema no es político sino moral. Tuve una vocación política cuando era joven pero me desentendí pronto. No me gusta la gente que utiliza la política como una herramienta para entender la vida y para hacer juicios a partir de sus ideas preconcebidas. Es una manera de no pensar. Estuve en el Movimiento Tecnócrata pero, después de un año, me empecé a quedar dormido en las reuniones. Aún peor. Me di cuenta de que muchos chicos valiosos que entraban en movimientos de tipo social como el tecnócrata se convertían después en comunistas o fascistas, republicanos intolerantes o demócratas intolerantes. Soy un pensador libre, no pertenezco a nadie, digo lo que quiero y lo que veo".
A Bradbury, muchos lectores lo asicarán con una imagen que lo relaciona con George Orwell: la de los libros que arden en 'Fahrenheit 451': "La imagen más fuerte que me ha acompañado durante toda la vida ha sido la de las quemas de libros. Cuando era joven, leí acerca de los incendios de la Biblioteca de Alejandría. Ardió cinco veces, dos de ellas, en fuegos provocados. Después vi las quemas de libros en Berlín y me sentí impactado. Soy un habitante de bibliotecas desde siempre. Fui un niño pobre, así que todo lo que leí lo leí en las bibliotecas. Si tocas una biblioteca, me tocas el alma".
Orwell y la literatura política del siglo XX son una de las raíces de la obra de Bradbury. La tradición de la novela épica estadounidense, otra. La ciencia ficción, su tercera pata. Sin embargo, muchas veces quedaba la sensación de que su carácter, bullicioso, desafiante y soñador eran la mayor marca en su carrera. Se ganó el oficio de escritor peleando contra cada línea en las revistas de su juventud, peleando a la contra. Trabajó en el guión del 'Moby Dick' que filmó John Huston y no alcanzó el reconocimiento hasta los años 70. Su talento, como dijo Christopher Isherwood, "era extraño".
Es también autor de numerosos  relatos recopilados en títulos como  El hombre ilustrado (1951),  Las doradas manzanas del sol (1953),  El país de octubre (1955), Remedio para melancólicos (1959), Las maquinarias de la alegría (1964),  El árbol de Halloween (1972), Cuentos de dinosaurios (1983) o Más rápido que el ojo (1996). Entre sus novelas destacan  La muerte es un negocio solitario (1985), Cementerio para lunáticos (1990) y Sombras verdes, ballena blanca (1992), ésta última unas memorias noveladas. Su obra poética ha sido recogida en Poesía completa de Ray Bradbury (1981). En  Zen en el arte de escribir ha reflexionado sobre la tarea del escritor.

Crónicas Marcianas
Prólogo de Jorge Luis Borges

En el segundo siglo de nuestra era, Luciano de Samosata compuso una Historia verídica, que encierra, entre otras maravillas, una descripción de los selenitas, que (según el verídico historiador) hilan y cardan los metales y el vidrio, se quitan y se ponen los Ojos, beben zumo de aire o aire exprimido; a principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra, las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos; en el siglo XVII, Kepler redactó un Somnium Astronomicum, que finge ser la transcripción de un libro leído en un sueño, cuyas páginas prolijamente revelan la conformación y los hábitos de las serpientes de la Luna, que durante los ardores del día se guarecen en profundas cavernas y salen al atardecer. Entre el primero y el segundo de estos viajes imaginarios hay
mil trescientos años y entre el segundo, y el tercero, unos den; los dos primeros son, sin embargo, invenciones irresponsables y libres y el tercero está como entorpecido por un afán de verosimilitud. La razón es rara. Para Ludano y para Ariosto, un viaje a la Luna era símbolo o arquetipo de lo imposible, como los cisnes de plumaje negro para el latino; para Kepler, ya era una posibilidad, como para nosotros. ¿No publicó por aquellos años John Wilkins, inventor de una lengua universal, su Descubrimiento de un Mundo en la Luna, discurso tendiente a demostrar que puede haber otro Mundo habitable en aquel Planeta, con un apéndice titulado Discurso sobre la posibilidad de una travesía? En las Noches áticas de Aulo Gelio se lee que Arquitas el pitagórico fabricó una paloma de madera que andaba por el aire; Wilkins predice que un de mecanismo análogo o parecido nos llevará, algún día, a la Luna.
Por su carácter de anticipación de un porvenir posible o probable, el Somnium Astronomicum prefigura, si no me equivoco, el nuevo género narrativo que los americanos del Norte denominan science-fiction o scientifiction (1) y del que son admirable ejemplo estas Crónicas.
Su tema es la conquista y colonización del planeta. Esta ardua empresa de los hombres futuros parece destinada a la época, pero Ray Bradbury ha preferido (sin proponérselo, tal vez, y por secreta inspiración de su genio) un tono elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo -que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena-.
Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado -el dark backward and abysm of Time del verso de Shakespeare-. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres del Génesis o de Homero.
¿Qué ha hecho este hombre de Illinois me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y de soledad?
¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo "fantástico" o a lo "real", a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o novelería, de la science fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street.
Acaso La tercera expedición es la historia más alarmante de este volumen. Su horror (sospecho) es metafísico; la incertidumbre sobre la identidad de los huéspedes del capitán John Black insinúa incómodamente que tampoco sabemos quiénes somos ni cómo es, para Dios, nuestra cara. Quiero asimismo destacar el episodio titulado El marciano, que encierra una patética variación del mito de Proteo.
Hacia 1909 leí, con fascinada angustia, en el crepúsculo de una casa grande que ya no existe, Los primeros hombres en la Luna, de Wells. Por virtud de estas Crónicas de concepción y ejecución muy diversa, me ha sido dado revivir, en los últimos días del otoño de 1954, aquellos deleitables terrores.

1. Sciencefiction es un monstruo verbal en que se emalgaman el adjetivo scientific y el nombre sustantivo fiction. Jocosamente, el idioma español suele recurrir a formaciones análogas; Marcelo del Mazo habló de las orquestas de gríngaros (gringos + zíngaros) y Paul Groussac de las japonecedades que obstruían el museo de los Goncourt.

Las crónicas de Ray seguirán vivas mas allá de nuestra finitud terrícola.....
desde este humilde globo mezquino e imperfecto......SALÚ MAESTRO!!!!!!!!!!



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